Translate

martes, 10 de julio de 2012

Hablar de canchas de baloncesto de los años 70 (década de 1970) era hablar del patio del Colegio viejo de la Plaza de San Agustín. Entonces, las canchas eran auto homologables, porque eran irrepetibles. Las canchas no se parecían unas a otras, siempre había algo que las hacía especiales; tratar de igualar las campos de juego  no sucedía ni en la antigua Primera división (antes de la ACB). Por eso ir a jugar como equipo visitante se parecía a una aventura: ¿cómo 'escupirá' el aro? ¿será muy duro el tablero? ¿de qué será el pavimento? ¿las redes serán anchas, cortas o largas? Nuestro suelo era de losas de terrazo, duro como él solo; sin embargo, para el bote del balón funcionaba muy bien. Nuestras canastas eran diferentes; una sostenida por un tubo con curvatura hacia el interior de la cancha, y la otra era una estructura embutida en la pared. Las líneas de fondo de ambos lados estaban muy próximas a importantes obstáculos; una muy cerca de la pared, y la otra casi a ras de una grada. Por pura supervivencia aprendimos a saltar en vertical en las entradas a canasta, nada de dejarse ir corriendo... Reconocemos que esto era una verdadera desventaja para los equipos rivales. Por si acaso querían quejarse (nadie lo hizo nunca...), les hacíamos una rueda de palmeo a tablero, antes de comenzar el partido, que les disipaba las dudas y les dejaba boquiabiertos. Ayudaremos al lector con un plano de aquel patio, que nunca mejor dicho deja las cosas en su sitio...

Patio del Colegio Maristas La Sagrada Familia (Cartagena). Fuente: la memoria.
La cancha central fue nuestro santo-santorum, en ella jamás
perdimos un partido

El lector sabrá perdonar algunas visiones intimistas de este recinto, pero comprenderá que se convirtió en un almacén de recuerdos. El Hermano Vicente Campos, cuando se avecinaba un partido de alto interés, colgaba una gran pizarra de las verjas que protegían las vidrieras de la capilla (ver en el plano: tragaluces de la capilla); en ella, se anunciaba, con elegantes trazos de tizas de colores, el partido entre los equipos y, tras el encuentro, publicitaba el resultado. Como todo el colegio formaba las filas en el patio, antes de dirigirse a las clases, algunas palizas (más de 100 puntos) eran muy comentadas. Era como leer una cabecera del Marca antes de entrar a clase. Las miradas desde las filas a los jugadores te hacían crecerte un poco, claro.

En la canasta más próxima al frontón, que tenía la estructura muy pegada a la pared, aprendimos a 'meterla para abajo' a dos manos, saltando de frente y apoyando un pie en el muro... ¡Espectacular!

Desde pequeños aquel espacio nos acompañó, de los recreos al aula, del aula a los entrenamientos, del aula a la clase de educación física, las fiestas del colegio... Nuestras zapatillas La Tórtola, nuestro pantalón 'de gimnasia' blanco con unas rayitas rojas,... Allí aprendíamos a patinar desde parvulitos anudando los babis con el de delante mientras el Hermano Ildefonso nos deslizaba con la fuerza de un tractor. En ese patio nos comimos cientos y cientos de bocadillos (en toda la historia colegial, claro) comprados en la cantina de nuestro entrañable Sebas. Según llegabas, te situabas a un lado de la barra de la cantina y empujabas de manera que hacías saltar a uno de los de la primera fila para entrar tú en los sitios de privilegio. Era una estrategia para conseguir el bocadillo antes, porque ponerte a jugar era importante y no era cosa de hacer cola ni nada de eso. Esto lo hacía todo el mundo, porque en un patio de aquellos había que saber sobrevivir... A continuación, una foto que daría pie a un relato corto del mismísimo Valdano. Las caras de los actores siguen un punto focal: la soledad del portero al encuentro del balón...

Un partido entre clases en las fiestas del Colegio en el año 1964. En la escena dos jugadores del equipo. Chuta el penalti Juan Antonio Cerrada. De izquierda a derecha: Vicente Navarro (con camiseta de equipaje a rayas); el segundo, a continuación, Norberto Navarro (hermano del anterior); el segundo, después de él, Molino; el segundo, después de él, Ñíguez; a continuación, Catrofes; el anterior al siguiente jugador con equipaje, Perico; el último jugador con equipaje, Celdrán; y finaliza la escena, con el silbato, el profesor Vicente Navarro. En la foto se pueden apreciar detalles del patio: la bandera, la pizarra anunciando los eventos deportivos, el suelo de terrazo, una estructura de una canasta...

Decir canchas era hablar de canchas descubiertas. Eso de una cancha cubierta lo conocimos como excepción a la regla. La primera cancha cubierta que hubo en Cartagena fue la de la antigua base americana (ahora Cub Naval, en la subida a Tentegorra), después la del Colegio Hispania. La primera vez que jugamos en una cancha de suelo de parquet fue como soltar cabras en el monte, como si los pies corrieran solos. Y qué decir de las canastas de tablero de cristal... después de haber aprendido todos los rebotes a los que daban lugar los tableros de madera, era coser y cantar. Porque a los lujos se acostumbra uno enseguida.

Es curioso que nuestro equipo desapareciera con el colegio viejo. Desde luego, el llamado colegio viejo trató de hacerse moderno, pero tenía a sus espaldas mucha historia y no lo tuvo fácil. El paso del tiempo puede con todo, y nosotros quisimos quedarnos en aquel ambiente, con el sabor de lo auténico. No era cuestión de romper una bonita metáfora.

Primer colegio de los Hermanos Maristas en Cartagena
en la vieja Plaza San Agustín (1906). Más tarde fue
remodelado, sobre el comienzo de la década de 1950,
y perduró hasta 1974.
Fuente: Archivo Histórico de la Región de Murcia
(Archivo Casaú) 

No hay comentarios:

Publicar un comentario